Tras la crisis del 2008, surgieron muchas voces en contra del peso de los bancos en la economía. Se argumentaba que el sector financiero había alcanzado un porcentaje demasiado elevado de la economía y que este exceso de actividad era lo que había llevado a la crisis.
Se decía que la actividad de los bancos había dejado de ser principalmente la de la intermediación bancaria (prestando a largo plazo el dinero que los ahorradores depositaban a corto plazo) y se centraba cada vez más en la especulación, a través, entre otras cosas, de derivados financieros.
Esta última actividad, de mayor riesgo, reportaba mayores beneficios y hacía que sectores más talentosos de la población se sintieran atraídos por estas empresas financieras para trabajar para ellos.
La actividad especulativa es parte del capitalismo. Es habitual comprar activos a un cierto precio, y, sin aportar ningún valor, venderlos a un precio más alto con posterioridad, consiguiendo un beneficio, con el riesgo de que este activo baje de precio y se pueda perder dinero.
Es interesante ver cómo funciona el mercado de las divisas para entender los movimientos especulativos. Un porcentaje de las operaciones de cambio de divisa entre bancos se realiza para operaciones reales, es decir, operaciones que tienen una operación comercial detrás. Pero la mayoría de las operaciones son especulativas, donde se toman posiciones a la espera de que suba o baje el precio de la divisa en cuestión.
Cuando un operador compra, a la vez otro vende. Por tanto, el resultado neto de todas las operaciones especulativas debería ser cero. Sin embargo, los especuladores suelen ganar, ya que, si no, no participarían en el mercado.
Las ganancias de las operaciones de los especuladores en este mercado resultan de las pérdidas de los operadores no especulativos. Los especuladores, al conocer bien el mercado, a través muchas veces de análisis técnicos, conocen cuándo comprar y cuándo vender, información desconocida por los operadores comerciales.
Sin embargo, los especuladores también cumplen una función, y es la de aportar liquidez. Si no fuera por sus operaciones, los operadores comerciales podrían acudir al mercado y no encontrar a nadie que les comprase o vendiese la divisa que necesitan.
Esta filosofía, la de aportar liquidez por beneficio, se cumple en la mayoría de los mercados donde hay especulación. Por tanto, podríamos hablar de un equilibrio perfecto al respecto.
El problema surge cuando el porcentaje de operaciones especulativas es demasiado grande con respecto al de las operaciones comerciales. Y, además, donde la especulación se rige por normas de conducta seguidas por la mayoría de los participantes del mercado.
En los años previos al 2008, el mundo acumuló mucha riqueza debido a años de bonanza económica, esto generó grandes bolsas de dinero que se destinaron a operaciones especulativas en vez de productivas.
La regla fue, durante unos años, que invertir especulativamente en mercados hipotecarios era buen negocio. Los inversores se dejaron llevar por “analistas”, normalmente de bancos de inversión, que así lo decían. La equivocación de unos pocos la pagaron muchos.
Se debe, pues, mantener la actividad especulativa ya que produce beneficios para la economía en general, pero con ciertos límites. Los gobiernos no se debían haber mantenido al margen de la actividad especulativa previa al 2008, sino que debían haber actuado con políticas fiscales o monetarias.
Desde luego, tampoco se debe tomar la opinión de unos pocos “expertos” como si fuera un oráculo, ya que puede llevar al conjunto de la economía a una posible quiebra como la del 2008.