La inflación ha hecho su aparición en el escenario económico internacional. Hacía años que no aparecía, y ha conseguido cambiar por completo la política monetaria y las expectativas de los agentes económicos.
El debate que ha surgido es si esta inflación es una “inflación de oferta” o si es una “inflación monetaria”. La pandemia y su impacto en la economía mundial enturbia el análisis y hace más difícil saber cuál de las dos opciones tiene razón.
La “inflación de oferta”, defendida en muchos casos desde posiciones de economistas de izquierdas, dice que la inflación ha surgido por shocks de oferta, es decir, por una disminución en la capacidad de producción de la economía a nivel mundial, derivada del parón producido por la pandemia.
Al ser así, al recuperarse esta oferta, la inflación disminuirá. Ésta es pues temporal, no porque sea limitada en el tiempo, si no porque su origen se debe a causas concretas que al desaparecer harán que disminuya la inflación.
Stiglitz, entre otros, afirma que lo que hay que hacer es invertir para aumentar esa capacidad de producción, y que no es conveniente cambiar la política monetaria, pues no se conseguiría nada.
“La inflación monetaria” afirma que ésta viene por un aumento monetario de la demanda, a través de tipos de interés bajos y de “imprimir dinero”. La impresión de dinero, a través de los QE (relajación monetaria a través de la compra de activos financieros – principalmente deuda pública – por parte de los Bancos Centrales), es una manera sofisticada de imprimir dinero y que ya años atrás creaba la polémica de si generaría inflación o no.
De lo que no cabe duda es que estos QE generan inflación de activos, principalmente de la bolsa, y algunos ya argumentaban que esta inflación de activos llevaría a una inflación generalizada.
También se argumenta que la inflación es monetaria porque si no lo fuera, un aumento de ciertos costes, como el de la energía, se vería compensado por la bajada de otros costes, que no es el caso.
Además, no en todos los países la inflación ha afectado de igual manera, siendo menor en aquellos, como Suiza, donde los balances de los bancos centrales han crecido menos.
En realidad, la izquierda busca que la política monetaria no cambie sustancialmente porque, al hacerlo, a través de la subida de tipos de interés y del QT (proceso contrario al QE) se produciría una recesión, que afectaría de manera más fuerte a las clases más bajas.
Sin embargo, la realidad se impone, y dibuja un panorama donde la única solución posible es disminuir la demanda monetariamente, que, por cierto, es lo que están haciendo los bancos centrales, y asumir una recesión.
La política monetaria desde el 2008 ha sido una política conocida como “no convencional” porque nunca en la historia se había hecho. Fue una huida hacia adelante para evitar los males de la crisis financiera. Se bajaron los tipos hasta valores nunca vistos y se compraron activos financieros por parte de los bancos centrales porque no quedaba más remedio.
Durante años no se creó inflación, sino que el temor era la deflación. Sin embargo, finalmente, y espoleada por la pandemia, la inflación ha hecho su aparición, por lo que no queda otra alternativa que volver a la política monetaria convencional.
Es lícito pretender que las clases más bajas sufran menos ante una situación como la que nos enfrentamos. Hay políticas para ello. Pero ciertas políticas disfrazadas de igualdad pueden llevar a que el sistema en su conjunto no funcione, como puede ser una política fiscal que no conlleve un recorte del gasto público, que haga que se reduzca la demanda.
El origen de la crisis actual es la crisis del 2008, y hasta que no se resuelva lo que la produjo no se solucionará la situación actual. La crisis del 2008 fue una crisis de deuda, donde los deudores no pudieron hacer frente a los acreedores (principalmente en el sector inmobiliario).
La deuda global está disparada (en el 2020 se produjo el mayor incremento de deuda desde la Segunda Guerra Mundial). Esta deuda está en manos de alguien, a alguien se le debe el dinero. Sólo si se consigue reducir esta deuda los estados y las familias estarán en situación de afrontar la inevitable recesión con la suficiente solvencia financiera.
Muchos de los propietarios de estás deudas se encuentran en paraísos fiscales desde los que compran los activos, a través de fondos de inversión, que suben de precio y ahogan a los agentes económicos.
Esto explica que siendo el mundo más rico que nunca, existan crisis como a las que nos enfrentamos actualmente.
Sin embargo, ciertas políticas de izquierda populistas, como un disparado déficit fiscal, en vez de conseguir los fines que pretenden, pueden llevar al sistema a un callejón sin salida.