Para entender la razón por la que se producen las crisis financieras hay que remontarse a unos cuatrocientos años atrás cuando la doctrina económica que imperaba era el mercantilismo. Éste lo que buscaba era la acumulación de riqueza por parte de las naciones y la forma más eficaz de hacerlo era acumulando, por ejemplo, oro.
Esto explica que una de las motivaciones de los españoles en la conquista de América fue conseguir este preciado metal, que les proporcionaría riquezas duraderas en el tiempo.
Sin embargo, más adelante, llegaron los economistas clásicos, como Adam Smith y Ricardo, que promovieron la producción frente a la acumulación de riqueza, y demostraron que la riqueza de las naciones dependía de su capacidad de producir.
La revolución industrial superó al mercantilismo y el mundo cambió radicalmente. Lo que interesaba era encontrar formas de producción eficientes y esto se consiguió, aumentando exponencialmente la riqueza del mundo.
Pero esta evolución no consiguió extinguir el deseo de poseer grandes riquezas, duraderas en el tiempo. Amasar fortunas que asegurasen el futuro no sólo de la persona en cuestión sino también de todos sus descendientes.
Por supuesto que los metales preciosos siguen siendo una manera de acumular riqueza, pero en el capitalismo actual existen fundamentalmente tres tipos de posesiones que te pueden asegurar esa deseada riqueza: poseer los medios de producción o empresas (a través fundamentalmente de la bolsa), poseer activos inmobiliarios que generan rentas y prestar dinero, normalmente a través de los bancos (el depositante en un banco lo considero como prestamista, pues el banco presta su dinero en su nombre). No hay más.
En los tres casos, como corresponde a una economía de producción, el valor del bien depende de los ingresos que puede generar. Es decir, la empresa vale los beneficios que me generará en el futuro, el activo inmobiliario el alquiler que me pagarán y el dinero prestado el interés que me genere.
Cuanto mayor es la riqueza acumulada global, mayor el rendimiento exigido. Por eso se da la contradicción de que, aunque el mundo es más rico que nunca, el sector productivo tiene mayores exigencias de rendimiento que nunca. Las empresas deben generar más riqueza para pagar a sus accionistas.
El sistema puede quebrar en el momento en que la economía real no es capaz de satisfacer los requerimientos de la economía “financiera”, es decir, no es capaz que generar rendimientos para la riqueza acumulada.
Las crisis, en esos casos, se dan sobre todo en la parte de los préstamos porque los acreedores no son capaces de pagar sus deudas. Hay que pensar que este tipo de deudas son enormes y variadas. Pueden ser deudas hipotecarias, como lo fueron en 2008, pueden ser deudas de empresas, puede ser deuda pública.
Un impago de deuda pública puede generar un gran caos financiero (como ocurrió con la crisis de las primas de riesgo de los países del sur de Europa) y un gran impago de deuda hipotecaria también puede llevar a la economía a la quiebra, como ocurrió en el 2008.
La solución que los gobiernos han buscado, como mal menor, cuando se produce una crisis financiera de impago, es el apoyo de los bancos centrales, o, en otras palabras, crear moneda ficticia que haga que el sistema no quiebre. Pero esto es una huida hacia adelante, que lo que genera es que el valor de la moneda, de todas, disminuya.
La solución más real sería una quita controlada global, o sea, un corralito internacional. Pero esto es complicado, por lo complejo del sistema internacional, y porque los poseedores de riqueza no quieren renunciar a la misma.
Así pues, para solucionar las crisis financieras, es necesario una disminución de la riqueza acumulada, sobre todo la que tiene forma de deuda, que libere a la economía real. La cuestión es cómo hacerlo de una manera ordenada, sin caos financiero, y cómo hacerlo para que sea aceptada por los poseedores de esa riqueza.
Al hacerlo mucha gente perdería dinero, pero el problema viene sobre todo cuando los que pierden dinero son los pequeños depositantes en grandes bancos, que al ver su dinero peligrar pueden optar por sacar el dinero de los bancos, llevando el caos al sistema financiero. Los grandes depositantes pueden perder su dinero sin que realmente se produzca un perjuicio importante a la economía real.
En definitiva, hay dos cuestiones a la hora de solucionar crisis financieras, la técnica (es posible hacer algo) y la ideológica (hay voluntad de hacer algo). El devenir de ambas es lo que hará que una crisis se supere o que traiga consecuencias insospechadas a las vidas de los ciudadanos.