Aportamos algunas reflexiones sobre la deuda pública y el comportamiento que deben tener los Estados con respecto a la misma.
La deuda de los Estados
En un principio, cualquiera podría suponer que la economía debe funcionar como funciona una economía doméstica. Como decía Margaret Thatcher: No gastar más de lo que se ingresa y endeudarse lo menos posible.
Sin embargo, la realidad es más compleja.
En primer lugar, no cabe duda de que el estado puede endeudarse, a través de déficits (más gasto que ingreso), si considera que existe una inversión que el sector privado no puede acometer y que generará rendimientos en el futuro, aunque signifique un mayor coste en el corto plazo. Esto ocurre, por ejemplo, con una carretera.
En segundo lugar, el estado también puede gastar más de lo que ingresa en fases de crecimiento bajo o decrecimiento, para potenciar la economía. Esto genera deuda, pero haría que la economía creciera más. En épocas de alto crecimiento, sin embargo, el estado debe reducir la deuda pública, ya que ingresa más por impuestos, y así enfriaría la economía, para reducir los riesgos de inflación.
Pero ¿qué ocurre con la política de endeudamiento del estado en épocas de normalidad?
Las economías mundiales, en épocas normales, crecen anualmente, en mayor o menor cantidad, con una mayor o menor inflación. Esto hace que, por ambas razones (el crecimiento y la inflación), la deuda pública tenga tendencia a disminuir.
El crecimiento hace que la ratio de endeudamiento con respecto al PIB disminuya, y la inflación hace que la deuda nominal decrezca. Se puede decir que el sistema de economía capitalista, basada en el crecimiento continuo, hace que sea recomendable que el estado se endeude para fomentar el crecimiento.
¿Y qué pasa con la inversión privada?
También se debe considerar qué ocurre, cuando el estado se endeuda, con la inversión privada. Sin duda, si el estado recurre a la deuda pública, algo de los recursos que forman parte de la inversión privada, se reducirán.
Actualmente, el hecho de que los tipos de interés estén tan bajos, indica que la inversión privada cuenta con amplios recursos, por lo que un aumento de la deuda pública no sería tan perjudicial para la misma.
La deuda pública, sin embargo, es cosa de dos. Por un lado, los estados deben querer endeudarse, y, por otro lado, los inversores deben querer comprar la deuda. Los inversores, hoy en día, no tienen tampoco muchas otras opciones de inversión. De hecho, la mayoría de activos están sobrevalorados. Por ello, muchos optan por la compra de deuda incluso con rendimientos negativos.
Otro factor importante a la hora de endeudarse el estado, es si los compradores de deuda son nacionales o extranjeros. En el caso de España el porcentaje de extranjeros es muy elevado, lo que implica un mayor riesgo de “estampida”, en caso de que surjan dudas sobre la capacidad de pago del estado.
Por supuesto, es también relevante si la deuda es a corto plazo o a largo plazo. La deuda de España tiene grandes cantidades a corto plazo. Esto señala que los inversores “no se fían”, y pueden salir de la inversión en cualquier momento.
… ¿y Europa?
Por último, hay que mencionar que el mercado de deuda pública en el sur de Europa habría colapsado de no ser por la intervención del BCE, comprando grandes cantidades de deuda. Esta intervención puede considerarse como una “huida hacia delante” de la crisis del 2008.
No se debe olvidar que el incremento del gasto público puede ser también un arma política importante, para gastar a favor de intereses ideológicamente cercanos, o para conseguir un crecimiento “artificial” de la economía, que justificase su permanencia en el poder.
En definitiva, el estado debe endeudarse, porque el sistema está diseñado para ello, pero “con mesura”, debido a que un endeudamiento exagerado puede llevar a situaciones como la actual donde el banco central se ve forzado a utilizar una política monetaria no convencional. Además de que el gasto público debe ser controlado para que se utilice de una manera productiva para la sociedad.