La economía produce bienes y servicios necesarios para la subsistencia de los ciudadanos. Todas se desarrollan en el ámbito de la esfera material. Sin embargo, los bienes producidos pueden ser divididos en dos tipos: la de duraderos en el tiempo o de los que se hace uso en el corto plazo.
La comida, por ejemplo, se suele utilizar en el corto plazo, sobre todo los alimentos perecederos. Los productos de mayor tiempo de uso son los metales preciosos, que nunca se erosionan, con el oro a la cabeza.
Estos productos de mayor longevidad se suelen utilizar también para acumular riqueza. Esta acumulación de riqueza quiere decir que puede hacerse uso de ellos en el futuro mas cercano o mas lejano, o como los metales preciosos, siempre.
Otro producto de larga duración es la vivienda, que en muchos casos supera la vida de la persona propietaria. Suele ser además un producto que se cede en herencia y que constituye el patrimonio del ciudadano en cuestión. Las acciones, o bienes de producción, también son productos a largo plazo, que dependen de la duración de una empresa.
No se debe confundir este análisis con la diferencia entre consumo e inversión. La inversión se refiere a productos que se utilizan para fabricar otros productos, mientras que los productos de consumo son un fin en sí mismos.
La cuestión del asunto es que es habitual en el ser humano el deseo de acumular riqueza y para esto, además de producirla, debe ser capaz de adquirir productos de larga duración.
Estos productos de larga duración, además, son capaces de producir un rendimiento. Por ejemplo, en la vivienda está el alquiler y la revalorización, las acciones producen una dividendo y revalorización, y los metales preciosos producen una revalorización.
No debemos olvidarnos, como forma de acumular riqueza, del dinero y la deuda. El dinero es un derecho adquirido de compra, que, aunque es muy líquido, no produce revalorización, ya que lo habitual es que haya inflación y, por lo tanto, una depreciación. Puede haber un rendimiento en forma de interés, pero a no ser que éste se preste, en forma de deuda, no es habitual.
El problema surge en las sociedades demasiado ricas, donde al existir una gran acumulación de riqueza, el precio de las viviendas, las acciones y los metales preciosos sube demasiado. Es por esto que siempre estas inversiones son vistas como que “siempre suben”.
Dos son los principales problemas que se generan. El primero el aumento del precio del uso de la vivienda. En los países más ricos cada vez es más alto del precio de la vivienda en proporción a los ingresos. Esto hace que un bien de consumo esencial pueda no estar al alcance de mucha gente según les gustaría (siempre pueden comprarse una casa más pequeña o peor situada).
Las empresas también suben su valor, a través de la subida de las acciones, lo que hace que los dividendos proporcionalmente tengan que ser más altos. Esto conlleva que el rendimiento de las empresas tenga que ser cada vez mayor e imprime una presión a la sociedad muy alta para poder satisfacer el dividendo de aquellas acciones en manos de los propietarios.
La solución a primera vista podría parecer que se consumieran más productos de corta duración en vez de productos de larga duración. Sin embargo, cuando un ciudadano acumula mucha riqueza, el consumo de productos de corta duración es limitado. En cierto modo, si ya tengo un coche, para qué quiero dos.
Poner un límite a la acumulación de riqueza tampoco parece una solución acertada, puesto que desincentivaría la producción en general.
Como siempre, la solución debe estar en el equilibrio. Políticas fiscales del gobierno, y la actuación del mercado deberían hacer que esta situación se acomodase para conseguir evitar, por ejemplo, la subida del valor de la vivienda.